Desde muy joven, incluso antes de ser médico, el asunto de la frecuentación médica es un tema que siempre me ha llamado la atención. Todos conocemos en nuestras familias a personas que, incluso sin tener problemas de salud importantes, van a menudo a la consulta de su médico y, al mismo tiempo, otros que tienen que estar, literalmente, muriéndose para aceptar ayuda médica.
En mi opinión, hay un factor común denominador en ambos casos que es la falta de información o algo peor: la información errónea. También, el miedo a tener algo muy grave, puede desempeñar un papel importante en las dos situaciones extremas.
Así, por ejemplo, ¿qué podría
explicar que haya personas que cuando se resfrían vayan casi siempre al médico
cuando no existe ningún tratamiento que acorte el proceso? Pues podría ser por
una cuestión meramente instrumental como pedir la baja médica (el farmacéutico
le puede dar un envase de paracetamol pero no la baja) o, tener la creencia
errónea que un resfriado se puede curar antes con medicamentos o, podría ser
que tenga la creencia de tener algo más serio que un resfriado o temer que se
le complique. Salvo los motivos de consulta meramente administrativos (acudir
por la baja laboral o por una caja de paracetamol, lo cual, por otro parte, me
parece poco rentable) creo que subyace una inseguridad ante la enfermedad. Hay
un determinado porcentaje de personas que toleran mal estar enfermos, incluso
aunque se trate de problemas banales y este fenómeno cada vez es más frecuente
en personas jóvenes. Cada vez existe una menor contención en las familias.
Antes, los abuelos ofrecían consejos de salud para los problemas leves. Así,
era infrecuente ver a un niño o a un adulto por tener simplemente mocos en la
consulta o incluso por una gastroenteritis. ¿Es que antes la gente era
temeraria? Creo que la cuestión esencial, de fondo, es conocer cuando tiene
utilidad acudir a la consulta del centro de salud o a la urgencia de un
hospital, por poner algunos ejemplos.
Para resolver el punto anterior
creo que la mejor solución es que los médicos de familia, pediatras y
enfermeras podamos realizar tareas no sólo de asistencia a la enfermedad sino
de promoción de la salud y prevención pero esto requiere compromiso y tiempo
disponible y el tiempo se ”come” la atención a la demanda, a la asistencia de
la enfermedad. Estamos ante un círculo infernal propiciado por el número
elevado de pacientes que tenemos. Debemos potenciar el papel de la enfermería
en la prevención y promoción de la salud. Son profesionales muy cualificados
que pueden abordar dudas y problemas. Pero no olvidemos que el responsable
principal de la salud es uno mismo. Fumar o no fumar, hacer ejercicio o no
hacerlo, alimentarse bien o no, son responsabilidades personales e
intransferibles.
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