Documental Seis Minutos

lunes, 29 de febrero de 2016

Políticos y médicos tomando decisiones.¿Lo hacen igual?

Podríamos decir que la toma de decisiones acontece en cualquier situación de nuestra vida, ya sea a nivel profesional o personal. El proceso, en esencia, va encaminado a resolver los diferentes problemas y desafíos a los que una persona, colectivo u organización deben afrontar.

Podríamos estar de acuerdo en que, idealmente,  tanto un médico como un líder político toman decisiones orientadas a solucionar o mejorar los problemas de sus pacientes y de la ciudadanía, respectivamente.

Sería curioso reflexionar sobre la manera en que médicos y políticos toman decisiones orientadas a satisfacer las necesidades de pacientes y ciudadanos. 


La participación del paciente en la toma de decisiones ha precisado un cambio en la forma tradicional de la atención sanitaria, pasando de un modelo paternalista a una relación más colaborativa, donde la opinión del paciente (y sus familiares) comporta ceder parte del control de la consulta, respetando las decisiones del paciente. 

En el modelo paternalista, el paciente plantea su queja o problema al médico, siendo este quien determina la naturaleza del problema y la mejor solución disponible. El paciente, esencialmente, se limita a acatar la solución propuesta asumiendo que el profesional de la salud es competente, entendiendo por competente el que dispone de los conocimientos y habilidades necesarios para atender su problema. En el modelo de toma de decisiones compartidas el profesional explica las diferentes opciones existentes, con sus ventajas e inconvenientes y es el paciente quien, esencialmente sólo o ayudado por su familia, toma la decisión. En cualquier caso, deberíamos de partir de la base de que, esencialmente en el segundo modelo, el profesional de la salud plantea al paciente las posibles actuaciones existentes basadas en unas determinadas evidencias científicas

Dicho de otro modo, si un paciente consulta a un médico sobre un problema, el mismo le debería ofertar un abanico de posibilidades existentes con fundamento científico disponible en cuanto a la capacidad resolutiva. A partir de ahí, el paciente podría tomar una decisión. No pretendo, ni mucho menos, afirmar que este modelo esté firmemente arraigado. Aún precisamos recorrer un largo camino.

¿Sucede algo parecido en la vida política? Me temo que no. De entrada, recibimos ofertas de diferentes líderes pertenecientes a diferentes corrientes ideológicas. Se supone que nos tienen que convencer de que sus propuestas son las más adecuadas para resolver nuestros problemas.
Si bien es cierto que los médicos no estamos exentos de incurrir en el error de decirle al paciente, esencialmente, lo que sabemos o intuimos que quiere escuchar (por ejemplo para tranquilizarlo de forma prematura ante una mala noticia),  pienso que los políticos, en general, son unos auténticos maestros en ello. Supongo que adquirirán este atributo (arte de la demagogia) de forma temprana y los ciudadanos, a menudo, ignoramos este aspecto. Preferimos escuchar propuestas agradables aunque sean incumplibles por no resistir el más mínimo análisis serio, riguroso. Esto nos llevaría a otro elemento esencial y es el hecho de conocer las experiencias  previas que sustentan la aplicabilidad de las medias que nos plantean. ¿Se trata de un modelo teórico? ¿Han funcionado esas propuestas en algún entorno? ¿Ese entorno es similar al nuestro?

Los recursos económicos no son algo abstracto. Proceden de nuestros impuestos y es habitual observar en España, especialmente estos últimos días, propuestas muy bien intencionadas, de importante incremento de gasto, esencialmente de carácter social. Esto, evidentemente, poca gente lo va a rechazar. Si yo estoy enfermo y necesitado, probablemente prefiera escuchar primero al médico o, incluso curandero, que prometa curarme de una enfermedad grave y con poco esfuerzo.  ¿Le preguntaré el fundamento de su propuesta? ¿Le formularé preguntas relativas a experiencias previas de resultado? Hay un aspecto esencial y que no deberíamos omitir y es el de la credibilidad. ¿Me transmite confianza el profesional sanitario o el político cuando me plantea una propuesta? Esto es algo que los políticos conocen bien. No sólo buscan transmitir confianza con, por ejemplo, un adecuado y habitualmente estudiado lenguaje verbal y no verbal (el segundo más importante) sino que intentan desacreditar a los rivales cosa que, en principio, no sucede con la misma intensidad y frecuencia en el terreno de la salud. En definitiva, pediría a nuestros políticos dos atributos que se asocian muy infrecuentemente: honestidad y competencia.

Concluyendo, la ciudadanía debería realizar un análisis más riguroso sobre las propuestas que recibe. Esto, evidentemente, requiere un cierto esfuerzo. En caso contrario, nuestros políticos seguirán aportando escaso rigor a sus diagnósticos y soluciones. Prometerán mucho y harán poco, como siempre. Sus actuaciones están extremadamente alejadas del método científico.

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